EL
MANTÓN
Aquel
día subió por última vez a casa de sus padres, pues la semana siguiente iban a
demoler el edificio, en el piso no quedaba nada salvo el mantón acodado en una
silla, quería verlo una vez más, tenía algo que la atraía y aun así lo iba a
dejar allí para que las maquinas lo destrozaran haciendo de él trocitos
pequeños y rompiendo el maleficio que como una leyenda se había instalado en su
familia desde hacia generaciones.
El
mantón era una maravilla, dejado allí de cualquier manera y después de tantos
años tenía que estar ajado, estropeado por el tiempo, pero no era así, con la
poca luz que entraba por las ventanas medio cerradas parecía que refulgía,
brillaba de una forma que no era natural.
Estaba
hecho de seda negra con flores de colores brillantes, atractivos, tan pronto
suaves o agresivos según la luz que les llegara en ese momento, las flores no
eran conocidas en estas tierras y daban idea de su procedencia en alguna remota
isla del Pacifico sur, donde según la leyenda familiar un antepasado, marino de
buena planta, llegó con la idea de hacer fortuna. Pero hizo mucho más que eso,
enamoró a una joven nativa a la que enseñó su idioma y los secretos del amor en
las noches cálidas junto a las rocas de esa playa con arenas doradas. Habia ido
por fortuna y se encontró atrapado entre dos amores, los sueños y recuerdos de
uno lejano y los susurros y caricias del presente que lo tenía varado en
tierra.
Pasaron
los años y el comercio le dio lo que iba buscando, se hizo rico y quiso volver,
el nuevo amor tiraba más que el antiguo, pero era un caballero daría
explicaciones y volvería. Ella le regalo ese precioso mantón para que las
mujeres de su familia lo lucieran y él no olvidara su promesa de volver, no lo
hizo y el mantón resultó ser portador de algún maleficio por olvidar el marino
sus amores en tierras lejanas donde dejó parte de su corazón.
Todas
las mujeres que lo llevaron fueron desgraciadas, por un motivo u otro ninguna
fue feliz en el amor.
Se fue
acercando a él poco a poco, estaba extendido en la silla luminoso, atrayente,
su mano temblaba como si tuviera vida propia atraída por el mantón. Era una
pena dejar una joya así por una superstición, puede que sin fundamento, solo
quería tocarlo pero en el último momento logró apartarse de él, pensando que en
la vida las cosas más bellas y deseadas también pueden hacernos sufrir. Y sin
mirar atrás salió dando un portazo, dejando al mantón acodado en la silla.
Inquietante relato de misterio. ¿Superstición con fundamento o sin fundamento? El final abierto lo deja a juicio del lector.
ResponderEliminar