EL
SALTO
Se
habían encendido las luces, la gente empezaba a entrar y como todas las noches
estaba preparado el espectáculo, no tenía miedo, nunca pasaba nada pero… ¿Y si
un día no saltaba bien? El barril era tan pequeño desde esa altura, además los
focos se centraban en ella, la música con su redoble atronador a veces la
aturdía y la gente… la gente siempre esperando que hubiese un fallo. La
perfección no les bastaba.
El
camerino tenía en la puerta una sirena, esa era ella, desde pequeña acompañando
a su padre.
_Hija,
no te confíes, en un salto te lo juegas todo.
Él ya
no saltaba, había dejado de ser un joven atleta de cuerpo perfecto, tenía mucho
más morbo ver saltar hacia la vida o hacia la muerte a una jovencita atractiva.
Llego
la hora, antes de salir se miró al espejo por última vez, estaba preciosa con
su mallot de lamas de colores que al darles la potente luz brillaban como si
fuera una estrella lo que caía.
Fue
llegando a la escalerilla, subió como siempre muy despacio, los pocos metros
hasta el final siempre los pasaba nerviosa, pero ese día no. Habían entrado en
su vida ilusiones nuevas y unos ojos muy queridos contemplarían ese último
salto.
El
ruido era ensordecedor, las luces la marcaban, la aturdían, casi no veía el
agua y entonces la sirena saltó.
El
aplauso fue atronador, verdaderamente fue su ultimo y mejor salto.