martes, 2 de enero de 2024

VIOLENCIA POR AMOR

 

VIOLENCIA POR  AMOR   

 

El telediario acababa de dar la noticia. Había muerto otra mujer a manos del hombre que un día prometió amarla y protegerla. Por desgracia, estas son bastante frecuentes y lo peor es que ya nos estamos acostumbrando a ellas.

Creo que la violencia por “amor” también se da en otros casos, que por ser menos llamativos o frecuentes, quedan pronto olvidados y reducidos al entorno familiar.

En la residencia de ancianos donde trabajo, miro a mi alrededor y veo a muchas personas derrotadas por la vida, los años y traicionadas en su voluntad por los seres que más han querido. Eso también es violencia con consecuencia de muerte, porque la tristeza, la soledad, esa que se da cuando tienes a tu alrededor todo lo necesario para ser feliz y no lo eres, les va helando el alma hasta convertirlos en “zombis”. Comen, duermen, toman las medicinas, pero teniendo una mente lúcida, ya no dirigen su destino. Eso también es violencia del más fuerte ante el más débil, aunque sea por amor.

Miro a María con sus ojos tristes, está tejiendo otro jersey, Al principio eran para sus nietos, ahora ya no sabe para quién. Cuando entró aquí era una mujer llena de vida, alegre, nos ayudaba con los demás internos, siempre tenía la palabra amable y adecuada para ellos. Pero se ha ido apagando con el paso de los años y la tristeza de no poder acabar sus días como ella hubiera querido. Siempre que  me siento un rato a su lado y me cuenta una historia, su historia.

Su marido era ganadero y agricultor en un pueblo de Castilla, tenían una finca extensa y contaban con los servicios necesarios para que la vida fuera agradable. Cuando crecieron los hijos los mandaron a la capital para que hicieran estudios superiores, ninguno quería el campo. Terminaron sus carreras, se casaron y se quedaron en la ciudad. Al pueblo iban en vacaciones, pero cada vez menos. Los nietos se hacían mayores y querían otras cosas. Ya no les importaba, como cuando eran pequeños, que en el rio  se pudiera pescar, cazar ranas o zambullirse tirándose de aquella piedra resbaladiza que tanto miedo les daba. Todo eso era normal, su marido y ella lo aceptaban  como ley de vida. Algunas veces eran ellos los que iban a la ciudad a verlos, pero siempre regresaban más pronto de lo que habían planeado. Con los hijos todo iba bien, se querían mucho pero sentían que ya no pertenecían a ninguna de esas familias, eran como satélites alrededor de las que sus hijos habían formado. Su lugar estaba en el pueblo. Era allí donde querían terminar su vida.

Cuando su marido murió ella aun no había cumplido los 70 años y estaba en “pleno uso de sus facultades físicas y mentales” como dicen los notarios

Una vecina, más joven que necesitaba dinero, se ofreció para vivir con ella y cuidarla. Eran amigas de siempre. No le fue difícil adaptarse.

Arrendó las tierras, vendió los animales, quedándose solo con algunos para uso domestico. Le parecía que podía empezar una nueva vida, después de la tragedia que supuso la pérdida de su compañero había vuelto a encontrar la paz. Allí quería acabar su vida, paseos por el campo, Misa y rosario al atardecer en fin lo de siempre.

Un día llegaron sus hijos con una propuesta, lo habían hablado entre ellos y estaban de acuerdo. En la ciudad donde vivían se acababa de inaugurar una residencia de ancianos con todos los adelantos modernos para hacer los achaques de la vejez más llevaderos. Además en el pueblo se decía que la habían abandonado en manos de una extraña con la maledicencia que provocan la envidia y la mala fe.

Era por su bien, podrían ir a verla todos con más frecuencia y así se acabarían de una vez las habladurías en el pueblo que ellos como personas de ley y que querían a su madre no podían soportar.

Al principio me conto que se obligaba a cruzar las densas capas de añoranza que parecían fundidas en el aire. Quería sentirse bien allí, veía a sus hijos con más frecuencia, estaba mejor atendida pero…. ese no era el final que ella quería. Y aquí esta María, consumiéndose detrás de la ventana, añorando su huerto, los campos verdes, el olor del bosque al atardecer, lugares donde había sido tan feliz. Todo eso lo veo reflejado en sus ojos cuando por las tardes me siento a su lado para que me cuente siempre la misma historia, su historia de mujer sometida por “amor” a la voluntad del más fuerte.

 

 

 

 

 

 

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