INVENTARSE
UNA VIDA
Sentada
frente a la ventana de la Residencia
donde vivía ya muchos años, miraba al vacio con su caja de zapatos en el
regazo, decía que guardaba en ella las cartas de su gran amor, pero nadie las
había visto nunca.
Contaba
su historia a todo el que la quería oír, era como una lección aprendida, no
variaba una palabra, un suspiro, o el gesto que acompañaba a las emociones,
parecía una actriz interpretando su papel.
A sus
amigos residentes les gustaba escucharla, era una señora de los pies a la
cabeza, educados ademanes, voz suave y melodiosa pero sobre todo en ella
destacaban sus ojos marrones grandes y expresivos, que podían hablar por sí
solos, rodeados de largas pestañas que aun sabían inclinarse para hacer más atractiva
la conversación, mirándolos se olvidaban las arrugas que los enmarcaban
producidas por el paso de los años. Tenía que haber sido una gran belleza.
Todo
empezó hacia tiempo como un juego, una escapatoria para que en el pueblo
dejaran de llamarla “La rica solterona”.
Viajaba
todos los meses unos días a la capital para ver teatro que era su pasión, vivir
otras vidas entre palabras y versos. Esos viajes los aprovechaba para mandarse
ella misma las cartas.
Al ver
que el cartero pasaba con frecuencia dejaron de murmurar y ella alentó el
engaño con una vida ficticia que decía tener en la ciudad. ¿Por qué no puedo
tener otra vida paralela como en el teatro? Y así fue. Inventó amores de poco
tiempo, fingiendo, siempre fingiendo seguía mandándose cartas. Llegó un tiempo
en que ya no distinguía la realidad de la ficción. Ella pasó a ser su personaje,
la que tenía un amante que le mandaba ardientes carta y con quien se veía de
vez en cuando en la capital.
Un día
llego a la residencia un enfermero nuevo que no sabía nada de su historia, le
quiso quitar la caja de zapatos para que al dormitar no se le cayera y en el
forcejeo salieron volando cientos de recortes de periódico pero ninguna carta.
Ella no tuvo nunca quien le escribiera.
Precioso y auténtico
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