LAGRIMAS
DE COLORES
Sentado
en el cómodo sillón de mi biblioteca miro el atardecer que trae consigo la
niebla y distorsiona los objetos y personas de la calle, mi único enlace con el
mundo desde hace ya varios meses.
Tengo
58 años y estoy enfermo y solo.
Mi vida
ha sido un constante negar los sentimientos para que las situaciones adversas
no me hirieran. ¡Hizo un buen trabajo mi padre!
De niño no me dejaba derramar esas lágrimas blancas, transparentes, que
servían para cicatrizar la humillación del alma, mientras él curaba la herida
del cuerpo producto de algún juego o pelea.
--Los
hombres no lloran (decía) eso los hace débiles, tienes que ir por el mundo
apartándolos de tu camino y aliándote con los fuertes, esta es una lección que
no tienes que olvidar.
¡Y no
la olvide! Fui dejando de lado los sentimientos, los encerré en la caja de
Pandora y guarde la llave en lo más profundo de mi conciencia, allí estaban: el
amor, la amistad, la envidia, el odio, los buenos y los malos, porque a lo
largo de la vida todos te hacen llorar.
Fui un
hombre fuerte, triunfé en los negocios, me relacionaba bien pero siempre dentro
de unos límites que nunca se traspasaban, no podían herirme, no debía llorar.
¡Cuántas
noches amargas pasamos solos la botella y yo!
Murió
mi padre, lo prepare todo con total eficacia pero como buen alumno no derrame
ni una sola lágrima.
Ahora
recordando los momentos de mi vida en los que podía haber sido feliz o al menos
haberme liberado llorando, siento no haber sido del todo humano. Ya no hay tiempo,
se me escapo con la sonrisa de aquel niño que no quise besar, con el cuerpo de
aquella mujer que abrace y olvide, con las caricias que no me atreví a recibir
ni a dar…
Sentado
en el cómodo sillón de mi biblioteca y mirando el atardecer lloro por la vida desaprovechada y mis
lágrimas son negras, como las de un payaso al que se le está descomponiendo la
máscara.
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