LA
ALEGRÍA DE VIAJAR, A VECES.
Mi
estado de ánimo esos días se podía resumir en tres palabras: Contenta, alegría
y viajar. Mi amiga alemana que vino el año pasado a casa me había invitado a
pasar una semana en los Alpes.
Sin
tener idea del idioma, pues cuando ella vino solo se hablaba español y sin
pensarlo dos veces empecé con la maleta, los billetes y demás trámites para
pasar según pensaba una semana inolvidable.
El
vuelo salía muy caro, me decidí por el autobús que pasaba cerca de su ciudad y
ella iría a recogerme.
Mi
aventura empezó de maravilla pero al llegar a Alemania los mensajes del
autobús, en distintos idiomas, decían que íbamos atrasados y que dejaríamos la
autopista para atajar por carreteras secundarias. Estaba oscureciendo, a lo
lejos vimos un mesón en la soledad de un paramo con sus luces rojas y amarillas
encendidas. Solo verlo me dio” repelús “me recordaba el de psicosis, pero aquí
íbamos un autobús lleno, solo seria tomar algo, ir al baño y volver a marchar.
¡Qué ilusa! No podía sospechar la odisea que me esperaba.
Para ir
más rápida deje todo en el autobús, me llevé un poco de dinero pues no tenía
mucha hambre. El bocadillo estuvo bien, tardaron en prepararlo por no entender
lo que quería. Al ver mi torpeza con el idioma vino a auxiliarme una malagueña
que vivía en Berlín, le di las gracias y fui al baño donde me entretuve un poco
más de lo debido, quería tener una buena imagen cuando mi amiga me viera y ese
fue el gran error.
Al
salir vi desaparecer el autobús por la curva, no habían notado mi ausencia, era
ya noche cerrada, corrí con todas mis fuerzas pero caí rendida y deshecha en
llanto con un frio y un miedo imposibles de describir, en el autobús lo había
dejado todo, documentación, tarjetas, teléfono, ropa de abrigo, mi desolación era
total.
Volví
al mesón y me extrañó verlo apagado, oí el motor de un coche en la parte
trasera y al llegar solo vi unas luces rojas que desaparecían en la oscuridad.
Había
en el piso una ventana iluminada, grité pero no contesto nadie, era ya noche
cerrada, no veía ni la punta de mis zapatos, me senté llorando junto a la
puerta con el frio y el relente calándome los huesos esperando que apareciera
algún coche. Parecía el rodaje de una película de terror en la que yo era la
protagonista, seguro que habría ganado un Oscar pues estaba realmente
aterrorizada.
Pasaron
las horas y yo seguía con los ojos abiertos como platos intentando ver de dónde
venían esos ruidos que produce la noche. Mi imaginación había llegado a tal
nivel de horror pensando que de un momento a otro saldría alguna figura
monstruosa de la oscuridad para
atacarme, a todo esto se sumaba la luz
del piso del que salía un sonido gutural, casi diabólico, ¿Seria real, o solo
el miedo que invadía todos mis sentidos?
Ya era
bien entrado el día, cuando vi llegar un coche, no sabía si alegrarme, ¿Seria
mi salvación o el final de todo?
Pero
fue mi salvación, la chica malagueña se dio cuenta de mi desaparición bastantes Km después, avisó al chofer que paró en la primera ciudad y ella cogió
mis cosas para ir a buscarme, no habían parado desde el mesón , allí estaría.
El llanto y el abrazo fue también de película, entonces oí ladrar un perro en
la habitación iluminada que esa noche mi miedo había transformado en un
monstruo.
Carmen,
mi amiga malagueña desde entonces, me acompaño al aeropuerto pues lo único que
quería era volver a España cuanto antes y olvidar todo el terror acumulado.
Las
tres palabras del principio se convirtieron en frio, miedo y desolación.
Volveré
a viajar, pero cuando la tragedia se convierta en comedia y pueda contarla
entre risas a mis amigos.
Ah, el
taxi en el que vino Carmen a recogerme lo pago la empresa del autobús por no
denunciarla al dejar abandonado a un pasajero.