viernes, 27 de diciembre de 2024

AL COMPÁS

 

AL COMPÁS

 

 

Tic-tac, tic-tac, cloc cloc cloc…

Cada vez que oigo estos sonidos, me viene a la memoria, una casa de campo, medio día, siesta, calor, calor, calor.

El reloj era grande y estaba colgado de una pared del pasillo, se oía en toda la casa, o eso me parecía a mí, que, acostada con un T.B.O. y sin poder levantarme  por orden expresa de mi abuela, contaba el tiempo con ese sonido monótono y enervante, que cuando quieres leer o simplemente descansar, se muestra presente y no te deja más que unos segundos de libertad, para enseguida volver persistente, con su Tic-Tac Tic…

Recuerdo que no solo mi mente era su prisionera, mis piernas también se movían al compas, sin que yo pudiera hacer nada para detenerlas. Sopor, aburrimiento, tedio, cansancio de no poder salir de ese Mantra.

Pero al cabo de unos días, fue todavía peor. Mi habitación daba al patio y allí había un grifo, que no cerraba bien, entonces sí que la casa sonaba como una melodía desafinada. Tic-Tac. Cloc-Cloc… Aquello era desesperante, toda la familia dormía. ¿Es que a nadie le molestaban esos sonidos?

Solo a mí y al gato negro de mi abuela, que recostado en un rincón de la habitación sin poder dormir, con un ojo medio abierto, el otro medio cerrado y cara de pocos amigos parecía llevar el compas con el rabo.

 

 

 

 

1 comentario:

  1. El tiempo siempre dulcifica los recuerdos y el relato transforma lo que era una interminable tarde de un verano caluroso en algo añorado de un tiempo que no volverá. Me ha gustado mucho el detalle del gato con un ojo medio abierto y otro medio cerrado. 😀

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