LA
PARTIDA
Hacía menos de una hora que había atracado su barco, cuando entró en
aquel bar bullanguero de esa ciudad mediterránea cuyo puerto, abierto a tantas
culturas y a tantos navegantes, unos buscando fortuna y otros solo aventura,
fondeaban en él sus naves desde hacía muchos siglos.
Lo que él buscaba no era tan importante, solo poder jugar la gran
partida, la partida de Póker famosa entre todos los marineros que navegaban por
estas aguas y que tenía lugar en ese bar y lo que la hacía aun más interesante,
por no decir única, era ella, “La reina”, una mujer misteriosa que jugaba como
los propios ángeles (si es que estos saben jugar al Póker).Le habían hablado
tanto de su belleza, de su actitud distante y fría, que estaba deseando verla,
sentarse a la mesa y sobre el tapete verde medirse con ella.
El bar era como tantos de puerto, no muy limpio, bastantes moscas,
ruido de juramentos y gritos en las diversas partidas, mucho humo y en la
barra, acodados, algunos clientes contando sus ganancias o escuchando las
andanzas y fanfarronadas de hombres medio sumidos en los vapores del alcohol.
En un rincón la vieja pianola iba desgranando las letras de una
conocida canción; “Escúchame marinero y dime que sabes de él…..” a la que nadie
parecía hacer caso.
Le bastó mirar solamente una vez al fondo del local y como salida de
la bruma, por el humo que la rodeaba la vio, vio” La gran partida”. No parecía
pertenecer a este mundo, los jugadores estaban aislados como metidos en una burbuja ajenos por completo al
estruendo que los rodeaba.
Se acercó despacio, solo tenía ojos para ella, miró sus manos que
sabían acariciar las cartas y eran promesas de otras caricias. De pronto “La
reina” levantó hacia él su mirada, verde, antigua, de serpiente que se enrosca
en el corazón de los hombres y los lleva a la perdición. Pero no le importó,
estaba allí y jugaría.
Pasaban las horas y él iba
perdiendo todo su dinero, hasta que quedó claro porque la llamaban” la reina
del Póker”.
Se levantó, hizo una pequeña reverencia y se fue a la barra. Allí
pidió una bebida típica de la ciudad; “Carajillo” le dijeron que se llamaba, entraba
bien y pensó que necesitaría más de uno para asumir su frustración.
Había fracasado y sintió que tenía que asumir esa derrota, agachar la
cabeza y seguir su camino.
Al salir del bar oyó una voz a su espalda, era una voz de sirena como
las de aquellas que se apoderaron del alma de Ulises.
-Marinero ¿quieres pasar el resto de la noche conmigo? El no lo dudó y
se fue con ella, con la “Reina” a conocer el secreto de sus extraños ojos
verdes y de sus manos largas, acariciadoras….
Y esa fue la mejor noche, el mejor puerto y la mejor experiencia de su
ya dilatada vida.
Ya lo dice el refrán: "desafortunado en el juego..."
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