EL COBARDE.
Tengo 50 años. Estoy solo y dejándome morir
en una fría habitación de hospital. Siempre
he sido un cobarde y no voy ahora, al final, a luchar por mi vida. Cuelga del
techo una bombilla amarillenta y a su alrededor veo rostros, figuras, imágenes,
siento que vienen a mi memoria recuerdos perdidos que olvidé para no sufrir. A pesar de todo la vida me ha dado momentos maravillosos.
La felicidad paso por mi lado y no supe o no quise agarrarla, perdido en mi
falta de decisión, mis dudas y mis miedos.
Todo empezó aquella soleada mañana, en la que
llegué ilusionado a mi primer trabajo serio.
No encontraba el llamador de la casa palacio
en cuya puerta estaba hacía ya bastante rato, tal era mi nerviosismo; me miraba
continuamente las manos, la ropa, los zapatos, dudando si sería lo adecuado
para un pobre profesor de piano, que había tenido la osadía de ofrecer sus
servicios a una de las mejores familias de la ciudad.
El día en que llegó el criado con la misiva a
la pensión en la que me hospedaba, no daba crédito a mi suerte. Las condiciones
no las explicaba el recado, pero siempre
serían mejores que andar por los tugurios del puerto, tocando piezas frívolas para
deleite de gentes incultas que me consideraban un ser inferior.
Mi destino iba a cambiar y seria para bien.
Deje a un lado mis dudas y seguí al criado que abrió la puerta a través de un precioso y cuidado jardín, hasta unas
grandes escalinatas de mármol que daban acceso a la puerta principal. Subí los
peldaños como si el suelo fuera a deshacerse a mis pies, igual que si estuviera
dentro de un sueño. El recibidor era espacioso, decorado con columnas y
mosaicos árabes. Grandes cortinajes tamizaban el sol que pujaba por entrar en
la estancia a través de los ventanales.
Me pasaron a un gabinete donde estaba el
piano, un piano magnifico. Todo en la casa denotaba calidad y buen gusto.
Aquella era una habitación de mujer, los cuadros, el tapizado de las paredes,
los muebles y hasta un resto de perfume que flotaba en el ambiente lo decía…esto
pensaba yo, cuando se abrió la puerta y entró un hombre mayor y una jovencita
preciosa. Nunca en mi vida había visto tanta gracia y belleza juntas. El
corazón me latía a un ritmo frenético. No podía dejar de mirarla, cuando el
hombre me habló. Buenos días, sea usted bienvenido a mi casa, le presento a mi
esposa. ¡Su esposa! ¡Casi me desmayo! Notó
mi azoramiento y pensando que eran los nervios del primer día, me ayudo a sentarme y puso en mis
manos una copa de licor. La joven sonreía, mirándome con atención.
Mi esposa quiere recibir clases de piano y
creo que usted es el mejor de esta ciudad, eso nos dijo un amigo que, por casualidad, le
oyó tocar en un cafetín del puerto. Tendrá que estar a nuestra entera
disposición pues, la señora no quiere
horarios fijos, dará la clase cuando le apetezca. Vivirá usted en esta casa, si
llegamos a un acuerdo. Las condiciones las discutiremos en mi despacho.
¡Vivir en esa casa! ¡Viendo todos los días a
esa criatura angelical! Sería como haber alcanzado el cielo antes de la muerte.
Esa misma tarde trasladé mis pocas pertenencias al palacete. La habitación era grande y soleada, con un
ventanal que daba a la parte de atrás del jardín, en el que había un bonito
cenador al que las buganvillas y los rosales trepadores hacían casi
desaparecer. Lugar ideal para los
enamorados, pensé en ese momento, sin saber que se cumpliría en mí, esa
premonición.
Mi
alumna tenía buena base en conocimientos de piano, no sería difícil que pronto
empezara a tocar piezas importantes, También su conversación era agradable
y culta. Nos dimos cuenta, que
coincidíamos en gustos y opiniones, así .las clases se desarrollaban entre la
música y la charla.
Un día en el que estaba especialmente
preciosa, con sus rizos negros cayéndole en cascada alrededor del rostro, entre
pieza y pieza, me habló de su familia. Su padre era español, muy joven había emigrado a Cuba haciendo gran
fortuna con la caña de azúcar y el ron. Se casó con su madre que descendía de
una antigua familia con raíces españolas. Por lo que me contaba, su infancia
había sido muy feliz. Hija única, adorada por sus padres, rodeada de mimos y de
caprichos, hasta que al llegar a la adolescencia, noté en sus ojos una infinita
tristeza. Me contó que su madre había fallecido y que su padre, no sabiendo o
no pudiendo educarla como él quería, le concertó un matrimonio con un antiguo
socio suyo. Hombre bueno y cariñoso, que la trajo a vivir a la península y fue
para ella un segundo padre pendiente siempre de sus deseos
Con el tiempo aprendió a quererle, con un
cariño tranquilo. Era feliz a su lado, pero muchas veces, en sus noches de
alcoba solitaria se preguntaba: ¿Esto es todo?
¿No existe el amor que relatan las novelas?
¡Que podía contestar yo! Si lo que leían las
jovencitas románticas se quedaba pobre, para expresar los sentimientos, las
emociones y la pasión que ella me inspiraba.
Aquella tarde abrimos nuestras almas a las
confidencias mas intimas y poco a poco, sin quererlo, pero con un sentimiento
que era superior a toda razón, nos fuimos enamorando.
Las clases de piano eran un martirio,
nuestros dedos buscaban rozarse en el teclado y cuando esto ocurría sentíamos
un latigazo de placer que nacía de lo
más profundo de nuestros corazones.
Su marido salía mucho de viaje por negocios,
lo que hizo que pudiéramos pasar más tiempo juntos. Ya no eran solo las clases,
también dábamos paseos por el jardín al atardecer, cuando el olor de las flores
era más seductor, predisponiendo nuestros sentidos a todas esas sensaciones
maravillosas que la juventud necesita, para poder decir en la vejez: He vivido.
Una tarde me dijo, que la acompañara al invernadero.
Quería cortar unas flores para decorar jarrones y de paso enseñarme la parte de atrás
del jardín. Al pasar cerca del cenador, me cogió la mano y con paso decidido
entramos en él.
Ningún sonido llegaba hasta aquel oculto
rincón, la luz era tenue al quedar atrapada entre las plantas trepadoras.
Aquello era otro mundo, un mundo para nosotros solos. Sin poder resistir la
tentación la cogí entre mis brazos y fui besando suavemente sus cabellos, sus
ojos, su cuello, hasta que al final, estallo el amor, tantas tardes contenido,
al llegar a sus labios. Su boca me parecía un lugar de infinitas sensaciones,
superando todas ellas, a las imaginadas en mis solitarios sueños nocturnos.
Nos besamos con prisa sintiendo a la vez
vértigo y miedo a que alguien nos pudiera ver. Fueron solo unos minutos, pero
lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida.
Antes de salir del cenador ella compuso sus
cabellos, su vestido, pero lo que no pudo borrar de su cara, fue la sonrisa de
felicidad, de plenitud, al ser por
primera vez, besada con verdadera pasión.
Al regresar su marido, nuestros encuentros
volvieron a limitarse a las clases de piano. Sentíamos aquel escalofrío cuando
nuestros dedos se rozaban en el teclado
y nos dábamos cuenta de que habían estado buscándose toda la tarde.
El día que vino a dar la clase media hora
antes, la vi con una emoción contenida, rojas las mejillas y entreabiertos los
labios ¡Dios, que imagen viene a mi recuerdo!
Su marido se había marchado a Cuba donde lo
reclamaban con urgencia unos negocios y no volvería en un mes. Demostró ser una
mujer muy valiente, y sobre todo muy enamorada. Yo creo que nunca estuve a su
altura, mis miedos y dudas, no me dejaban disfrutar con plenitud del regalo que
la vida nos daba en ese momento. Convenció a su doncella, para que estuviera en
el jardín vigilante por si alguien se acercaba.
Disfrutamos largas tardes de amor y
confidencias. Lo nuestro no era solo pasión, también había mucho cariño y
complicidad. No llegábamos ninguno de los dos a los 20 años y ya creíamos saber
todos los misterios de la vida, pero al instante descubríamos otras formas,
otros matices que nos proporcionaban un placer aun mayor.
La tarde en la que se me entregó por
completo, creímos haber tocado el cielo con la punta de los dedos, pensábamos,
que eso era solo la dulce promesa de lo que nos esperaba.
¿Y qué era lo que nos esperaba? Por las
noches en la soledad de mi cuarto, pensaba en ello como una locura maravillosa
sí, pero una locura que tenía que acabar. Yo nunca podría darle la vida de lujo
que había llevado desde su nacimiento. Me odiaría y eso no podría soportarlo.
Lo mejor sería separarnos y guardar en el fondo de nuestros corazones el
recuerdo de aquellos días felices. La esperé en el cenador, estaba decidido, aunque nos costara un
sufrimiento atroz debíamos de separarnos. Lo superaríamos, no podíamos seguir así.
Se abrió la puerta de pronto y todo se lleno
de luz. Ella estaba delante de mí tendiéndome los brazos, las mejillas
arreboladas, los ojos muy brillantes y con una mirada de felicidad muy
especial.
Siempre llegaba rodeándome el cuello con un
gran abrazo, seguido de un interminable beso. Pero hoy había algo más. Se
separo pronto de mis labios, las palabras salían a trompicones de su boca.
“Estoy embarazada” dijo y volvió a besarme con una pasión devoradora. El miedo
y las dudas, me produjeron vértigo, no era capaz de mantenerme en pie. Nos
sentamos en el banco de piedra. Ella acariciaba mi rostro, pensaría que la
emoción por la noticia, me había trastornado, pero no, era la cobardía ante lo
que se me venía encima.
Me dijo que huyéramos a Europa, no nos
conocería nadie, podríamos ser felices, Con sus joyas bastaría para mantenernos
hasta que yo encontrara trabajo. Todo me daba vueltas, estaba a punto de
desmayarme y ella seguía y seguía hablando de nuestro “maravilloso futuro”.
Nos iríamos esa misma noche .El coche de
alquiler nos esperaba en el otro extremo de la ciudad. Le había dejado una
carta a su marido, él sabía lo que ella necesitaba y no le podía dar. Habían
hablado mucho de ello. Con el tiempo la perdonaría. Se mostraba agradecida por su bondad y siempre
lo recordaría con cariño como a un
segundo padre.
Me contó también la excusa que su marido
diría a todos. Se la había sugerido ella en la carta: Su esposa sentía añoranza
de Cuba, donde marchó a pasar una larga temporada.
Pasamos aquella tarde, ella cada vez más
alegre pensando en nuestra aventura. Yo cada vez más nervioso y comido por las
dudas.
Quedamos esa anoche a las 12 en la puerta de
atrás del jardín y desde allí emprenderíamos camino a la felicidad.
Pero eso nunca pasó. Dos horas antes como un
ladrón (así era como me sentía) avancé, escondiéndome entre los árboles hasta
la puerta trasera. Salí huyendo, corriendo a trompicones con el llanto
atenazándome la garganta y las lagrimas más amargas de mi vida resbalando por
las mejillas.
Llegue a la estación y tomé el primer tren.
No me importaba su destino, solo quería
alejarme de allí. Mi corazón decía: Perdóname, te quiero con locura. Hago este
sacrificio por ti. Pero mi razón contestaba: cobarde, no has querido
enfrentarte a la realidad, huye, huye… nunca serás feliz
Los primeros años, fueron de miseria y
locura. Llegaba tarde el arrepentimiento y me refugié en la música. Con el
corazón destrozado compuse piezas deliciosas, que expresaban el tormento en el
que estaba sumido.
Por fin llego el éxito, el gran éxito,
conciertos por toda Europa, era el interprete de moda deseado por bellas
mujeres, que se veían reflejadas en esas piezas ¡Que ilusas! Nunca ninguna
ocupo mi corazón.
Por las noches pensaba en ella, en nuestro
hijo y lloraba lágrimas negras por la felicidad que había dejado escapar.
Pasaron muchos años, antes de que volviera a España. Tenía la esperanza de
verlos, solo eso, no quería irrumpir en sus vidas, no tenía ningún derecho.
Pero ahora era rico, había triunfado y si ella quería, entonces…Pero eso solo
era un sueño.
Volví a encontrarme en la puerta del palacete,
tan nervioso como aquel primer día Cuando salió el criado pedí ver a la señora
y mirándome con extrañeza me dijo: La señora murió hace ya muchos años. Tuve
que sentarme. Ese era mi castigo. Tan trastornado me vio, que llamo al ama de llaves. La reconocí enseguida, a pesar de los
años y ella a mí también. Era la doncella que nos hacía de celestina.
Tomó asiento a mi lado. No me miró en todo el
tiempo y dijo cosas muy duras, que yo asumí con vergüenza, pero sabiendo que
contenían mucha verdad.
Murió en el parto, me dijo, todo iba bien
pero no quería vivir y mi nombre fue lo último que salió de sus labios.
Su marido no se apartó ni un momento de su
lado. Lo sabía todo, ella se lo contó, comprendió y la perdonó, según me dijo
el ama de llaves por el gran amor que le tenía.
Crió a mi hijo como suyo, nadie se enteró
nunca, se refugió en él, fue su consuelo ante tanto dolor como yo había llevado
a la familia. Lo mimó, le dio todos los caprichos que yo egoísta le negué. Pero
su vida se deslizó por la pendiente de la sinrazón cayendo en los más bajos
vicios y hacía más de un año que había muerto en un duelo.
El ama
de llaves con mucho rencor y amargura, me dijo que yo había traído la desgracia
a esa casa y tenía razón, todo había sido por mi culpa. Culpa, que la vida
hasta entonces, no me había hecho pagar
dándome a cambio fama y fortuna.
Siguió contándome que el señor ya muy anciano,
solo le mantenía en este mundo, poder algún día echarme en cara mi cobardía.
Subí a su habitación con el miedo y la culpa
reflejados en mi rostro. En sus ojos casi ciegos, noté desprecio, amargura y mucho
dolor, pero cuando empezó a hablar de ella todo cambio, la quería
entrañablemente, sabia lo de nuestros encuentros en el cenador y se
mantenía apartado para que su amada esposa fuera al fin feliz. Confió en mí y
también a él le defraude. Desde aquel primer encuentro, vengo a visitarlo todas las tardes. Hablamos
de su vida, de la mía y de cómo hubiera sido todo, de tener yo la hombría que
se necesitaba para hacerle frente.
Por las mañanas voy al cementerio y lloro por
todo lo que destrocé con mi inconsciencia,
mis dudas y miedos.
No me iré de esta ciudad de la que nunca debí
partir solo. Aquí moriré espiando mí culpa día tras día, año tras año, hasta
que se me acaben las lágrimas.
Esta es mi historia. No volví nunca a tocar
el piano, ni a componer, ya no tenía ninguna razón que me impulsara a ello.
Solo quiero que pronto, en el otro mundo, puedan
perdonar mi cobardía. Entonces podre
descansar en paz.
!Qué narración tan bonita!
ResponderEliminarEs precioso este relato, te parte el corazón
ResponderEliminarVivir con cobardía no es la opción. Gran enseñanza, precioso relato. Dejémonos llevar por nuestras pasiones
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