UN FALLO EN EL ATREZO
Cuando salgo a escena, siempre atraigo las miradas
del público. No soy el protagonista. Soy mucho mejor que él. Me muevo con más
soltura, mis parlamentos tienen más sentimiento, son más fluidos, naturales y
hasta soy mucho más guapo. Y la guinda del pastel, es que la primera actriz,
esta loquita por mis huesos. Entre bambalinas, ¡Me manda unas señales! Al pasar
cerca, me roza con sus “encantos”. ¡Y qué roces, señor! Despertarían a un
muerto.
La pobre tiene que callar su amor. Es la pareja de
él. El gran divo, el enchufado, el que pone la pasta, para que se represente
esa birria de obra, escrita por su papá, “el millonetis”. Si no fuera porque yo
soy un “crack” de la escena, se podría haber establecido todo el equipo, en un
puesto fijo del mercado de la verdura.
Pero esto se acabó. Todas las noches finge que se
muere de una manera fatal, haciendo unos
aspavientos, más propios de un molino, que de un señor a punto de palmarla
.Pero hoy dará un gran salto en su interpretación. Lo hará con un realismo
increíble, porque se va a morir de verdad.
Cuando en la escena final me pida, despóticamente, agua,
le pondré el veneno en el vaso. Me han dicho que con unas pocas gotas basta, no
lo notará, pero caerá fulminado. Voy a ayudar a ese pavo inflado, a hacer su
mejor actuación.
En un lugar del escenario, hay una vitrina, con el
vaso y la botella. Todas las noches le doy a beber, con su muerte y algunas
palabras tontas que tengo yo en el guion, se cierra el telón, después de 5
minutos. ¡Una barbaridad de tiempo para morirse! Pero como ya he dicho, es un necio.
Esta noche va a ser una actuación sublime. Ya ha
llegado el momento. La última escena está en su punto álgido. Me pide agua y yo
me acerco a la vitrina. ¡¡Oh cielos, no está el vaso!! ¿Qué puedo hacer? El
público, mi reputación…Alargo la mano, doy un grito y caigo redondo. Mientras
pienso:” El público no es el mismo, no se sabe el final. Si este necio echara
una mano, podríamos improvisar algo que no estuviera mal.” Pero tonto hasta el
final, no se le ocurre más que acercarse a mí, y decir en voz alta:” Pero
hombre si el que tengo que morir soy yo.” Y sale corriendo. Me quedo solo en el escenario, muriéndome lo mejor que
se, aguantando esos 5 minutos que tarda en bajar el telón. ¡Benditos 5 minutos!
Por extraño que parezca, esta noche será
mi consagración, los aplausos suenan atronadores y todo gracias a un fallo en el atrezo.
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