viernes, 26 de abril de 2019


 SUEÑO O REALIDAD
El sueño me arrojo de sus dominios, manteniendo mi mente en ese duermevela en el que no es fácil separar lo real de lo imaginario.
Esas eran mis noches desde que salí de la clínica de reposo donde estuve ingresada, según decían por mi adicción al trabajo. Es cierto que no desconectaba nunca, llevaba años sin vacaciones y si las tomaba, era solo por unos días llevándome conmigo todos los instrumentos electrónicos, prolongación de mi mente y de mis manos, sin los cuales ya no sabía vivir.
 Los médicos me recomendaron un viaje a un lugar tranquilo sin conexión con el exterior, para que desde esa soledad, pudiera volver a encontrarme a mí misma. Les hice caso a medias, busqué una isla del pacifico, alejada de todo pero con un buen hotel que, según la publicidad, tenía todos los adelantos que mi adicción necesitaba. En esos momentos creí poder dominarlos. Ahí  empezó esa mezcla de ficción y realidad, que aun hoy  intento comprender.
Volé a la isla. Fueron pasando los días. La rutina me envolvía de nuevo con su monotonía protectora.
Una mañana antes de empezar a conectarme con el mundo, me apeteció dar un paseo por los alrededores. El tiempo era magnifico, el sol no había desplegado aun sus alas sobre un horizonte en el que se confundían el cielo y la tierra, solo una agradable brisa traía del mar olores, sensaciones y sonidos de historias, que casi siempre habían nacido de la imaginación de los hombres. Me sentía bien.
Llegue a una pequeña cala escondida entre rocas a la que solo se podía acceder por un arco natural, parecía una puerta a lo desconocido, dude en traspasarla, lo nuevo  me asustaba, me arrepentí de haberme alejado tanto, ya iba a dar la vuelta cuando oí que me llamaban.
--Señorita por favor, podría soltar ese cabo, quiero ir de pesca.


2
Estaba paralizada, sorprendida, no esperaba encontrar a nadie, pero él estaba allí de pie en una barca, el torso desnudo bronceado por el sol. Todo su cuerpo emanaba fortaleza, su voz era cálida, acogedora y alargándome la mano me pedía que lo ayudara.
¿Sería un espejismo? ¿Un deseo como tantas otras veces cuando imaginaba que alguien me necesitaba? Tenía tantos sentimientos por compartir y aquellos seres inertes y metálicos, que me habían hecho su esclava, no podían comprenderme.
__Señorita, por favor. Volvió a repetir el hombre. Su voz me envolvía con una agradable sensación de paz. Entré por el pequeño arco y me pareció que la luz del sol, el sonido de las olas incluso el aire eran distintos. Solté el cabo y al dárselo, él agarro mi mano invitándome a subir a la barca.
No hubo tiempo para la duda, su sonrisa me atraía, su mano fuerte y delicada a la vez me daba confianza, me deje llevar. Creo que en ese momento no había otro deseo más poderoso en mí.
Pasamos el día pescando.  En una cala hizo una pequeña hoguera para asar los peces que encontraba entre las rocas, con las ramas que yo feliz le traía de unos matorrales cercanos.
Hablamos, bueno, él hablo poco, escuchaba con atención la historia de mi vida. Detalles y sentimientos hundidos en lo más profundo por capas y capas de rutina y negatividad. Nunca había abierto así mi alma a nadie. Pero con cada palabra se deshacía un poco la mujer en la que me había convertido. Necesitaba quitarme el disfraz de felicidad que exhibía en los despachos mundanos y comenzó a salir tímidamente la joven ilusionada que fui hace muchos años.
Quedamos en vernos al día siguiente. Esa noche no pude dormir, un sentimiento extraño, nuevo se abría camino en mi interior. No sabía definirlo pero me arrastraba hacia él, no solo era el deseo de su cuerpo sino también el de su mente y  de su compañía. Toda su persona me envolvía llevándome a un estado de paz y felicidad que no había sentido nunca.
Aquella mañana  le abrí mi corazón, le dije lo que sentía por él y sin decirme una palabra me rodeo con sus brazos. Así empezó mi gran historia de amor. Un amor acuciado por el deseo, la entrega, que sobrepasaba todos los límites de mis fantasías solitarias. Era feliz, nunca se me ocurrió pensar si él también lo era.
 No me acompañaba al hotel, siempre le surgía algo inaplazable.
Algunas veces, al llegar, el recepcionista me miraba con extrañeza, pero nunca me dijo nada. Yo le preguntaba cosas sobre la cala, ¿porque siendo tan bonita y acogedora no iba nunca nadie a bañarse allí? Parecía no entender de qué le hablaba. Un día le pregunte por el hombre que vivía en la cueva de las rocas, pero no sabía a quién me refería, necesitaba más información que yo no estaba dispuesta a darle.
El tiempo no perdona,  pasa por encima de nosotros sin importarle el dolor que nos produce algunas veces y así llego el día de mi marcha. Lloré sobre su pecho todas las lagrimas acumuladas durante años. Dentro de su abrazo le oí decir: Acuérdate de todo lo que has aprendido aquí, de las cosas que tiene verdadero valor en la vida. Si quieres volver, yo siempre te estaré esperando. Creí morir al desprenderme de ese abrazo protector, envolvente, cariñoso.
De eso hacía ya tres años. Los médicos decían que todo era producto de mi insatisfacción y mi exaltada fantasía. Pero ya había tomado una decisión, volvería a esa isla, a ese amor real o ficticio. Y allí me fui buscando la sombra de aquel hombre que había cambiado por completo las prioridades de mi vida demostrándome que era capaz de entregar todo el inmenso amor que llevaba en mi interior.




                                                                                  






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