LA TERRAZA
DE VERANO
Se oía una
música agradable y pegadiza en la terraza donde quedábamos los veranos para
continuar con lo que nosotros llamábamos “una relación intermitente”.
Había
quedado con él para cenar y pasar juntos nuestro mes de vacaciones como
llevábamos haciendo ya varios años, pero llegué bastante antes. Me gustaba
disfrutar sola del ambiente bullanguero de los jóvenes, de esos farolillos que
colgaban de los toldos movidos por la brisa y de ese sol rojizo que parecía
destilar sangre sobre el mar, hasta que éste, enojado por la osadía, se lo
tragaba poco a poco.
El olor a
sal era tan intenso que apagaba incluso el de los espetones de sardinas que se
hacían a fuego lento en la arena. En ese atardecer mágico la vida bullía a mí
alrededor y por primera vez sentía que pertenecía a ella.
Todo estaba
igual, sólo yo había cambiado, la enfermedad me hizo cambiar, me di cuenta de
lo grande que era mi soledad, ya no me satisfacían esos amores intermitentes, lo necesitaba a mi lado. Había comprendido que
la libertad que tanto ansié podía ser también una libertad compartida, cediendo
unas veces y ganando otras, pero siempre
juntos. ¡Cómo había podido estar tan ciega!
En aquellos
meses horribles me di cuenta de lo grande que era mi amor por él, tanto, que me
dolía más su ausencia en el paso lento de los días, que la propia enfermedad.
Hoy le
diría que sí, que tenía razón, que debíamos vivir juntos, que había sido una loca por no escuchar sus
ruegos con los que intentaba convencerme cada verano, de lo maravilloso que
sería amanecer abrazados todas las mañanas del año y no solamente la triste
limosna de un mes.
El tiempo pasó sin darme cuenta. Estaba
nerviosa. Se encendieron los farolillos de colores en los toldos, cambió la música, se hizo más
lenta y yo esperaba….
Fueron
llegando parejas haciéndose arrumacos ¡Qué envidia me daban! Se incorporaban a
la música con un abrazo que quería ser un baile, pero que en realidad era, o a
mí me lo parecía, dejarse llevar por la vida en brazos del otro. Esta noche también
yo bailaría así, meciéndome con la música y las olas hasta el final.
¡Qué tonta
había sido!
Acabó la
música, la gente se fue yendo. Me asustó el sonido de los camareros recogiendo
las sillas. En mi desconsuelo alcé los ojos hacia una estrella grande y
brillante para que no vieran mis lágrimas.
ÉL NO VINO.
Me ha gustado el relato aunque vei en él la pérdida de toda esperanza
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