sábado, 20 de abril de 2019


LA TERRAZA DE VERANO
Se oía una música agradable y pegadiza en la terraza donde quedábamos los veranos para continuar con lo que nosotros llamábamos “una relación intermitente”.
Había quedado con él para cenar y pasar juntos nuestro mes de vacaciones como llevábamos haciendo ya varios años, pero llegué bastante antes. Me gustaba disfrutar sola del ambiente bullanguero de los jóvenes, de esos farolillos que colgaban de los toldos movidos por la brisa y de ese sol rojizo que parecía destilar sangre sobre el mar, hasta que éste, enojado por la osadía, se lo tragaba poco a poco.
El olor a sal era tan intenso que apagaba incluso el de los espetones de sardinas que se hacían a fuego lento en la arena. En ese atardecer mágico la vida bullía a mí alrededor y por primera vez sentía que pertenecía a ella.
Todo estaba igual, sólo yo había cambiado, la enfermedad me hizo cambiar, me di cuenta de lo grande que era mi soledad, ya no me satisfacían esos amores intermitentes,  lo necesitaba a mi lado. Había comprendido que la libertad que tanto ansié podía ser también una libertad compartida, cediendo unas veces y ganando otras,  pero siempre juntos. ¡Cómo había podido estar tan ciega!
En aquellos meses horribles me di cuenta de lo grande que era mi amor por él, tanto, que me dolía más su ausencia en el paso lento de los días, que la  propia enfermedad.
Hoy le diría que sí, que tenía razón, que debíamos vivir juntos,  que había sido una loca por no escuchar sus ruegos con los que intentaba convencerme cada verano, de lo maravilloso que sería amanecer abrazados todas las mañanas del año y no solamente la triste limosna de un mes.
 El tiempo pasó sin darme cuenta. Estaba nerviosa. Se encendieron los farolillos de colores en  los toldos, cambió la música, se hizo más lenta y yo esperaba….
Fueron llegando parejas haciéndose arrumacos ¡Qué envidia me daban! Se incorporaban a la música con un abrazo que quería ser un baile, pero que en realidad era, o a mí me lo parecía, dejarse llevar por la vida en brazos del otro. Esta noche también yo bailaría así, meciéndome con la música y las olas hasta el final.
¡Qué tonta había sido!
Acabó la música, la gente se fue yendo. Me asustó el sonido de los camareros recogiendo las sillas. En mi desconsuelo alcé los ojos hacia una estrella grande y brillante para que no vieran mis lágrimas.
ÉL NO VINO.

1 comentario:

  1. Me ha gustado el relato aunque vei en él la pérdida de toda esperanza

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